Translate

miércoles, 1 de mayo de 2013

Gilles de Rais, Barba Azul







Gilles de Montmorency-Laval, baron de Rais, llamado Gilles de Rais (o Gilles de Retz) (10 de septiembre de 1404 - 26 de octubre de 1440), fue un noble y asesino en serie francés del siglo XV que luchó en los años finales de la Guerra de los Cien Años junto a Juana de Arco, a la que siguió y en la que creyó siempre.

Junto con Erzsébet Báthory, la aristócrata húngara conocida cómo «la condesa sangrienta», es considerado como uno de esos aristócratas que utilizó su gran fortuna para dar rienda suelta a sus fechorías. Este hombre impulsivo, cuyos crímenes contradecían su exacerbada fe y creencia cristiana, que seguía la frase de San Agustín «Felix culpa!» —traducido como «¡Dichosa culpa!»— y que tuvo un anhelado deseo del perdón de Dios, inspiró a Charles Perrault a la hora de explicar la historia de Barba Azul.

Nació el otoño de 1404 en la Torre Negra del castillo de Champtocé, en Anjou (Francia). Sus padres, provenientes de los más altos y rancios linajes franceses, fueron el noble Guy II de Laval y la dama Marie de Croan. Al casarse su fortuna se hizo tremenda. 

Fue el primer hijo de uno de los grandes linajes de Francia, Guy II de Laval y Marie de Craon nació en la torre negra del castillo de Champtocé, bañado por el río Loira en la región de Bretaña. Durante su infancia estuvo muy unido a su hermano pequeño, René de Susset (1407 - † ...), junto con el cual fue encomendado a varias nodrizas y tutores eclesiásticos, quienes abandonaron su puesto debido a la mente sádica y cruel de Gilles.

Un hecho que marcó a Gilles fue la muerte de su padre durante una sesión de caza. Guy II de Laval, después de herir a un verraco, fue embestido por éste en un último intento de venganza y le clavó los cuernos en el estómago. Gilles, que tenía 9 años, vio la escena y la agonía de su padre, y cómo sus vísceras se esparcían por su lecho. En el futuro, Gilles reconstruiría esta escena con sus víctimas, quedándose ensimismado con el espectáculo de sangre y entrañas que tenía delante de sí.

La viuda Marie de Craon murió poco después y Gilles y su hermano quedaron bajo la tutela de su abuelo materno, Jean de Craon, un hombre que inculcó en sus nietos el narcisismo, la soberbia, el poder y el orgullo, elementos que conformarían la personalidad de Gilles. Éste, que veía cómo su abuelo prestaba más atención a su nieto pequeño, se refugió en la biblioteca. Allí encontró un libro muy especial para él: Las vidas de los doce césares de Suetonio. Sus páginas le mostraron cómo los césares, hombres poderosos donde los hubiera, hacían lo que querían sin dar explicaciones posteriores a nadie (sus emperadores favoritos fueron los desequilibrados Nerón, Tiberio y Calígula, modelos que influyeron en su vida adulta) y, según dijo en sus juicios, De Rais no tuvo ningún tipo de control por parte de su abuelo e hizo siempre lo que quiso, moviéndose por impulsos violentos la mayoría de veces.

Con 14 años su abuelo le regaló una armadura milanesa y fue proclamado caballero. Manejó la espada y pronto se aburrió de practicar sólo con peleles, muñecos construidos para la práctica, comenzando a mostrar su agresividad hacia todo ser viviente que hubiera cercano a él. Primero fueron animales, pero luego fueron personas. Un caso fue el de su amigo de la infancia y compañero Antoin: después de proponerle un duelo con machetes, a Gilles se le fue de las manos y le clavó el suyo en el cuello. En vez de ayudarlo en salvarle la vida, Gilles observó cómo su amigo se desangraba y disfrutó con la escena. Tenía 15 años y fue su primer asesinato. Debido a su condición de noble y la intermediación de su abuelo, De Rais quedó sin condena y la familia de Antoin, de origen humilde, aceptó la indemnización que se les ofreció. Otros delitos que se conocen son alguna que otra perversión sexual que, claro, quedaron sin castigo.

Su abuelo De Craon, hombre sin escrúpulos, sólo quería engrandecer su fortuna y poder de forma calculadora, a diferencia de Gilles, hombre también carente de escrúpulos, que se dejaba llevar por sus impulsos violentos pero que era un inútil en política. 

Un hecho describe la personalidad de abuelo y nieto: 
Cuando intentaron extorsionar a una familia raptando a una gran dama, sus tres hermanos quisieron rescatarla y fueron encarcelados también por Craon, de forma que uno de ellos murió de hambre.

Después de Gilles, tuvieron otro hijo, René, pero ambos se criaron sin apenas contacto con los padres. Tutores e institutrices se dedicaron a educarles. Aprendieron a leer y escribir, y también lenguas como el griego y el latín. 

Sus padres fallecieron pronto por lo que los niños quedaron en manos de su abuelo, Jean de Craon (padre de Marie) y según Gilles este hombre le enseñó a beber temprano y a extraer placer de pequeñas crueldades. El abuelo era una influencia negativa en su vida, además su carácter era violento. Cuando Gilles heredó la enorme fortuna familiar, sólo tenía 11 años. El dinero y las enseñanzas de su abuelo le hicieron creer que era omnipotente. 

Pero si bien Gilles tenía su propia esposa, era Juana de Arco su verdadera pasión. Enamorada en secreto de ella, al perderla su mundo se vino abajo. Cuando Juana ardió en la hoguera quemada viva en la ciudad de Rouen en 1431, Gilles abandonó a su esposa y se marchó solo a Tiffauges.

El Mariscal de Las Tinieblas

Su enorme agresividad y psicopatía lo llevaron a alistarse en el ejército para desahogarse con los enemigos a los que se enfrentaba. Su abuelo De Craon quería que llegase a la cumbre del poder francés y para ello le recomendó a Guillaime La Jumelliers como consejero en política, estrategias militares y finanzas. Se puso a las órdenes de Juan V, duque de Bretaña en las querellas residuales de la Guerra de Sucesión Bretona, entre los Montforts y los Penthièvres. Luchó siempre en la vanguardia con sus soldados —tropas pagadas por él— y sus compañeros de armas lo admiraban porque parecía poseído cuando luchaba dando mandobles, con una rapidez y fuerza increíbles, pareciendo que eran los demonios quienes regían sus movimientos.

Con 17 años, de vuelta a casa después de esta campaña, Gilles raptó a su prima Catherine de Thouarscon, de 15 años, y se casó con ella ese mismo día, el 24 de abril de 1422. La familia Thouarson poseía varios castillos que, unidos a los suyos, harían de la unión la familiar más rica y potente de Francia. Pero Gilles se equivocaba y la familia de su mujer no aceptó la unión matrimonial, por lo que en venganza Gilles raptó a su suegra y la encerró a pan y agua hasta que cedió los castillos que él pedía. Mientras tanto, Gilles y su primera esposa, tardaron siete años en tener descendencia, Marie, nacida en 1429, debido a las tendencias homosexuales que le hicieron desinteresarse por su mujer. Catherine, con su hija en brazos, huyó y se refugió en uno de los castillos de su padre. Gilles nunca mostró interés alguno por ninguna de ellas.

Después de las campañas de Juan V, Gilles rindió homenaje a Carlos VII, delfín de Francia en aquel momento, para combatir contra los ingleses y sus aliados de Borgoña. Lo reclutó Georges La Tremoille, gran chambelán del rey, hombre astuto y hábil que vio la capacidad combativa y guerrera de Gilles, quien arrastraba tras de sí a los soldados en las batallas. En aquel momento, La Tremoille pretendía aprovechar los éxitos militares para mantenerse en el poder. Fue en esa época —en la que, no olvidemos, la guerra era para los nobles un mero entretenimiento— cuando Gilles conoció, en 1429, a Juana de Arco, con la que quedó fascinado y maravillado por su historia y belleza física.

El Delfín Carlos concedió un pequeño ejército a Gilles y a Juana para liberar Orleans del asedio inglés. Junto a ellos estaban otros generales como el Bastard de Órleans —Conde de Dunois—, el Duque de Alençon y La Hire. En sólo ocho días las fuerzas francesas lograron levantar un sitio que duraba ya varios meses. Entraron triunfales en la ciudad y todo el mundo los veía como los salvadores de Francia. Poco después contribuyó a las victoria francesas en la batalla de Jargeau y en la batalla de Patay. Su audacia y violencia en combate eran comparables a la de los berseker vikingos. Gilles llegó a decir durante las campañas con Juana que ella era Dios y que si debía matar ingleses por mandato de Dios, así lo haría. Se convirtió en su escolta y protector, salvándola en varias ocasiones en los fragores de las batallas, como en el ataque a París a finales de 1429. Pese a las matanzas y crueldades de la guerra, Gilles se sentía realizado espiritualmente, ya que Juana lo inspiraba y había rendido un gran servicio a su patria. Además, en ese mismo año fue proclamado mariscal de Francia con tan sólo 25 años —caso único en la historia francesa—, amasando una inmensa fortuna. Adoptó la flor de lis en su escudo de armas, cuando Carlos VII fue proclamado rey el 17 de julio en la catedral de Reims.

Por aquel entonces su vida transcurría con total normalidad, incluso acababa de ser padre de una niña y era uno de los nobles más ricos de Europa. No obstante su conducta cambiaría tras la captura de su protegida Juana de Arco. El joven Mariscal trató de salvarla con una obstinación casi obsesiva, pero de poco le iba a servir, pues Juana acabaría siendo quemada en la hoguera.

Entonces comenzó una insólita carrera de crímenes y sacrilegios contra la Iglesia, pues trataba de desafiar a Dios por haber permitido que Juana fuese torturada y quemada.

Tras el duro shock de haber perdido a la mujer que idolatraba en secreto, Gilles se separó de su esposa y se encerró en su castillo de Tiffauges, negándose a tener contacto sexual con ninguna mujer.

Para divertirse, ordenaba que se organizasen en sus múltiples castillos, lujosísimas fiestas y representaciones teatrales que eran conocidas en toda Europa, pero sus excesivos gastos pronto empezaron a menguar su fortuna y se vio obligado a vender varias de sus propiedades.

Preocupado por tales pérdidas, el barón de Rais se fue aficionando a la Alquimia e hizo que se instalase un laboratorio en un ala del castillo, donde trabajaba sin apenas dormir ayudado por alquimistas y magos importados de toda Europa a la búsqueda de la piedra filosofal, capaz, según la tradición esotérica, de transformar los metales en oro.

Al cabo de cierto tiempo, su sueño de oro no acababa de madurar, todo lo contrario, los alquimistas y magos le costaban una fortuna que lo iba arruinando más y más, hasta que desengañado despidió a la gran mayoría. Los pocos que quedaron a su mando no tardaron en persuadirlo que sólo con la ayuda del Diablo podría conseguir el oro que necesitaba.

(Algunas de sus numerosas biografías, cuentan que Gilles de Rais, habría hecho testamento legando parte de sus bienes a Satanás, pero reservándose su vida y su alma, según la leyenda. En las escrituras del castillo, figura como titular el mismo Diablo).

A partir del verano de 1438 comenzaron a desaparecer algunos muchachos de la misma ciudad de Nantes, de los pueblos de los alrededores, y la mayor parte, ocurrían cerca de la mansión del barón de Rais. También hacía entrar en su castillo a algunos de los niños mendigos que pedían limosna frente al puente levadizo, que eran retenidos contra su voluntad por sus servidores, violados y desmembrados posteriormente. La sangre y otros restos se conservaban para propósitos mágicos.

El mismo Gilles contó en alguna ocasión como disfrutaba visitando la sala donde los chicos eran a veces colgados de unos ganchos. Al escuchar las súplicas de alguno de ellos y ver sus contorsiones, Gilles fingía horror, le cortaba las cuerdas, le cogía tiernamente en sus brazos y le secaba las lágrimas reconfortándole. Luego, una vez se había ganado la confianza del muchacho, sacaba un cuchillo y le segaba la garganta, tras lo cual violaba el cadáver.

En una ocasión, se acercó a un niño que había elegido previamente y lo llevó al gran lecho que ocupaba el fondo de la sala de “torturas”. Después de algunas caricias, tomó una daga que colgaba de su cintura, y riendo a carcajadas cortó la vena del cuello del desdichado. Frente a la sangre que brotaba y al cuerpo que se convulsionaba, el barón se puso como loco. Arrancó las vestimentas al moribundo, tomó su propio miembro y lo frotó en el vientre del niño, que dos de sus cómplices sostenían porque éste estaba sin conocimiento. Cuando por fin salió el esperma, tuvo un nuevo acceso de rabia, tomó una espada y de un golpe cortó la cabeza de la víctima. Gilles, en pleno éxtasis se tumbó sobre el cuerpo decapitado, introdujo su sexo entre las piernas rígidas del cadáver, gritando y llorando hasta un nuevo orgasmo, se derrumbó sobre el cuerpo cubriéndolo de besos y lamiendo la sangre.

Uno de los casos conocidos más horripilantes y repetitivos en sus ritos es el siguiente... seleccionaba a un niño y lo llevaba a su sala de torturas. Allí lo acariciaba para luego, y riendo a carcajadas, cortarle la vena del cuello. El niño se convulsionaba y sus dos ayudantes le ayudaban a sujetarlo porque el barón, frente a la sangre, se excitaba más y más. Le arrancaba las ropas al niño medio muerto, frotaba su miembro en el vientre del crío o cría ya sin conocimiento y tenía un orgasmo. Después le daba un acceso de locura más y les cortaba la cabeza. En uno de estos casos al niño decapitado se le tiró encima y besándole, lamiéndole la sangre y llorando violó su cuerpo muerto hasta volver a tener otro orgasmo. Acto seguido ordenó que quemasen el cuerpo y guardaran la cabeza. Durmió sobre el suelo encharcado de sangre y al día siguiente sus sirvientes limpiaron todo. Con un poco de lucidez -que obviamente no tenía más de dos segundos- lloró aquella mañana ante la cabeza decapitada y prometió enmendarse, sin embargo besó la cabeza decapitada y se marchó a la cama con ella, prometiéndole que pronto estaría con otras cabezas tan bellas como la suya. 

Una de sus extrañas conductas era las de dormir profundamente tras entregarse al asesinato y el orgasmo de cadáveres infantiles -algo que solía pasar con otros personajes que sufrieron de vampirismo y necrofilia, quedando prácticamente en coma - siempre y cuando los cuerpos aún estuvieran calientes (o sea recién fallecidos) y mandar guardar las cabezas de estos niños para luego pintarlos y celebrar, con estas cabezas, concursos de belleza. 

Amigos e invitados votaban y premiaban una de las cabezas que luego Gilles usaba para sus propósitos necrófilos. Para ello, Gilles de Rais tenía contratado a un artista que arreglaba las cabezas peinándolas y pintándolas dándoles un bello aspecto (por muy tenebroso que fuera). 

Luego ordenó que quemasen el cuerpo y que conservasen la cabeza hasta el día siguiente. En ese mismo suelo, desnudo y manchado de sangre se habría quedado dormido.

(Se dice que Gilles tras la comisión de los crímenes de vampirismo y necrofilia caía en un pesado sueño, casi en coma, hecho que se reproduce en otros asesinos vampíricos y necrófilos que también dormían después de atacar a los cadáveres, como es el caso de Henri Blot).

A la mañana siguiente no quedaba huella ninguna de su desenfreno de la noche anterior, sus sirvientes la habían limpiado. Pidió que le trajeran la cabeza y ante ésta, se arrodilló bañado en lágrimas y prometió reformarse. Acercó sus labios a la cabeza, la besó largamente y se fue a su cama llevándola consigo y diciéndole que muy pronto se reuniría con otras cabezas tan bellas como ella.

Uno de los mayores placeres de Gilles era tener las cabezas decapitadas clavadas ante su vista. Luego llamaba a un artista de su séquito, el cual ondulaba exquisitamente el cabello del niño, le enrojecía los labios y las mejillas hasta darle un aspecto de belleza impresionante.

Cuando tenía bastantes cabezas cortadas, celebraba una especie de concurso de belleza, en el cual sus amigos e invitados votaban sobre cuál era la más bella. La cabeza “ganadora” era dedicada a un uso necrofílico.

Tras las numerosas desapariciones de niños, poco a poco las sospechas se fueron tornando hacia la persona del barón, pero nadie se atrevía a acusarle, pues aunque más empobrecido seguía siendo un personaje muy poderoso, y sus víctimas en cambio, solo eran gente muy humilde.

Por otro lado, los proveedores no cesaban de amenazar a los padres que reclamaban a sus hijos desaparecidos, y en todas partes se hacía el silencio.

Su primer crimen fue cometido con el propósito de realizar un pacto con el Diablo para lograr sus favores. Pero tras haberle cortado las muñecas a la víctima, haberle sacado el corazón, los ojos y la sangre, no se le apareció; mas había despertado su vocación por matar y torturar, llegando después a ser uno de los mayores monstruos de la historia.

Mientras disfrutaba de su posición como mariscal de Francia ocurrió otro hecho que lo marcó de por vida: la captura y condena a muerte en la hoguera de su amiga Juana de Arco, el 31 de mayo de 1431. Pese a que intentó ayudarla contratando un pequeño ejército de mercenarios, aún no se sabe qué pasó para que no llegara a tiempo, ya que tan sólo se encontraba a 25 kilómetros de Ruan, localidad en que se había llevado a cabo el juicio. Su última acción en la Guerra de los Cien Años fue en la batalla de Lagny en agosto de 1432, en la que resultó victorioso.

Además de la muerte de Juana de Arco, el chambelán La Tremoille, su protector, cayó en desgracia en 1434 después de la campaña de amparo al duque de Bourbon contra el duque de Borgoña, que sitiaba la ciudad de Grancey. Perdida su condición de mariscal, Gilles se refugió en el castillo de Tiffauges, ubicado en la Vendée, y se convirtió en un demonio que afloró sus instintos más perversos. Su mente se volvió más enfermiza debido a que no participaba en guerras para tranquilizarse y a que, tras la muerte de su abuelo en 1432, Gilles tuvo plena libertad para hacer lo que quisiera, como los emperadores romanos cuya vida había leído tiempo atrás.

Fue un militar destacado que participó, a las órdenes de Carlos VII, en el intento de rescate de Juana de Arco en 1430. Al morir ésta Gilles aseguró que la "pureza" había muerto, no obstante el mismo que dijo esas palabras fue un verdadero sádico que sólo obtenía placer a través de las torturas que infringía a sus víctimas.

Consiguió convertirse en mariscal tras su participación en la Guerra de los 100 años y amasó una gran fortuna. Pero, su buena fama en los pueblos franceses se vio truncada cuando se descubrió las atrocidades que había cometido con centenares de niños y niñas en una corte formada por brujos, alquimistas, videntes y adoradores del Diablo. Se dice que podía poseer una mentalidad psicopática, originada en su infancia, y que podía haber sufrido una gravísima esquizofrenia.

Georges Bataille lo calificó como «un niño con poder», y lo acusó de «ser un monstruo esencialmente infantiloide» y de «tener un carácter arcaico». En sus juicios, de Rais dijo que había actuado según la naturaleza que le habían impuesto los astros, y que no podía controlarse.

A los 25 años renunció al honor que se le había impuesto de Mariscal de Francia, y tras retirarse a sus posesiones de Tiffauges, se dedicó a convertirse en la otra cara de la moneda. 

Dejó de luchar por el bien para luchar por el mal guiado por la alquimia y el sacerdote Prelati del que creía conseguiría la piedra filosofal. 

Negándose el placer con otras mujeres, Gilles comenzó a buscar otro camino de satisfacción y lo encontró en la crueldad. 

No obstante Gilles de Rais, alias Barba Azul, consiguió algo que no esperaba: placer. Utilizaba niños a los que violaba y asesinaba, niños que rondaban entre 6 y 18 años de edad. 

Los colgaban de ganchos, los escuchaba suplicar, simulaba salvarlos del horror cortando las cuerdas que los mantenían enganchados a los ganchos y luego, tras hacerles creer que iba a salvarles, los degollaba, violaba el cuerpo ya cadáver, lo mutilaba y utilizaba las membranas y la sangre para sus hechizos alquímicos. 

Durante los ocho años de terror, Gilles parecía no vivir en un mundo real, rodeado de gran fastuosidad y como si no se diera cuenta de las brutales acciones que llevaba a cabo. Según contó en el juicio que se le hizo, junto con su grotesca corte, cortaban las cabezas de varios niños recién muertos y hacían competencias para elegir los rostros más bellos. Las cabezas eran ensartadas en picas y las iban calificando. Se llegó a contar que estas calificaciones las firmaba el mismo diablo, que un brujo llamado Rivière podía invocar al diablo, o a uno llamado Barrón, al cual le ofrecían sacrificios como los órganos, ojos, corazones, etc., de las víctimas; todo esto en el transcurso de orgías sexuales y etílicas.

En su afán por procurarse víctimas para sus sacrificios, servidores de Gilles de Rais como Henriet y Poitou, recorrían los pueblos y las aldeas buscando niños y adolescentes prometiéndoles que los harían pajes en los castillos del señor de Rais. Siempre en lugares lejanos, incluso en algunas ocasiones el propio Gilles con amabilidad acudía personalmente a las casas de los plebeyos para asegurar a los parientes de los niños un prometedor futuro. De las víctimas los padres no tenían más noticias y, si preguntaban, les respondían que estaban bien. Pronto la gente se alarmó y de Rais recurrió a los raptos. Entre 1432 y 1440 se llegaron a contabilizar hasta 1.000 desapariciones de niños de entre 8 y 10 años en Bretaña. Pero la gran locura llegaba por la noche cuando él y sus esbirros se dedicaban a torturar, vejar, humillar y asesinar a los niños previamente secuestrados. Después de cada sangrienta noche, Gilles salía al amanecer y recorría las calles solitario, como arrepintiéndose de lo hecho, mientras sus secuaces quemaban los cuerpos inertes de las víctimas. El temor se apoderó de los habitantes de los pueblos. Los criados tuvieron que ampliar su campo de acción, con lo que el pavor se extendía más y más. Hasta que las murmuraciones se convirtieron en gritos que llegaron a las más altas autoridades.

Una vez se aprovechó de unos niños que eran mendigos y que fueron a pedir limosna inocentemente a su castillo. Gilles los violó y desmembró. A algunos los violó ya muertos y con las entrañas al aire. Una vez muertos, los abrazaba fuertemente y deliraba; en otras ocasiones se reía ante los últimos estertores del niño y muchas veces cortaba la vena yugular haciendo brotar la sangre, lo que le producía gran placer.

En algunas ocasiones cuando asesinaba a una de sus víctimas se arrepentía y juraba partir hacia Tierra Santa para redimir sus pecados, pero al poco tiempo volvía a cometer las mismas atrocidades.

En su castillo instaló un laboratorio y se trajo magos y alquimistas de toda Europa, pero los gastos se incrementaban. Puesto que no fructificaba, hubo quien le sugirió que pidiera ayuda al mismo Diablo, y se cuenta anecdóticamente incluso que puso parte de su testamento al nombre de éste aunque con la condición de no cederle su alma. 

Se gastó parte de su fortuna organizando fiestas y tal fue el derroche que acabó vendiendo algunas de sus posesiones. Esta pérdida de dinero le hizo pensar en cómo recuperar lo perdido sin trabajar, y fue conseguir la piedra filosofal, que según el esoterismo puede convertir el metal en oro, su meta en los siguientes años. 

Su negra barba de azulados reflejos hizo que se lo llamara «Barba Azul». Era culto aunque no reflexivo, ávido de riquezas pero despilfarrador. Desde ese momento se entregó a los más locos dispendios para satisfacer sus más caros caprichos. No se recuerda príncipe o rey que hubiese llevado un lujo semejante. Este hombre tenía pasión por todas las artes, especialmente por la música. Se exacerbaba con los cantos gregorianos, llegando al éxtasis. Si oía decir que se había escuchado una hermosa voz, no descansaba hasta conseguir llevar a su servicio a quien la poseía, por muy lejos que estuviera, como los cantores contratados en Poitiers, André Buchet, de Vannes y Jean de Rossingol, de La Rochelle, a quienes pervirtió haciéndoles partícipes de sus orgías y crímenes. Poseía muchos órganos de toda clase. El sonido de este instrumento le producía tal enajenación que se los hizo construir portátiles para que lo acompañaran en sus menores traslados. Consiguió, en su exaltación religiosa, ser nombrado canónigo de Saint-Hilaire-de-Poitiers y se rodeó de una comitiva de cincuenta eclesiásticos, junto con 200 soldados de caballería, cuya sede se encontraba en la capilla de los Saints-Innocents, en Machecoul.

Por otra parte, todo el que acudía a él disfrutaba de su generosidad; el extranjero era bien recibido, cualquiera que fuese su condición, a cualquier hora del día o de la noche; tenía hospitalaria mesa, y era raro que abandonase su mansión sin salir colmado de dones en especies o en metálico. Gastaba dinero en ostentación para recuperar el prestigio perdido. Realizaba grandes banquetes. Gastó la mayoría de su fortuna en obras teatrales que recordaban sus campañas con Juana y en fiestas para sus extraños amigos y consejeros. Especialmente significativa fue la representación de la batalla del Orleans en mayo de 1435. Esta representación teatral contaba con más de 150 actores, trajes lujosamente rematados, infantería dispuesta con auténticas armaduras y cuadros que simulaban multitudes. La entrada a este espectáculo era gratuita e incluso agasajó a los asistentes con comida y vinos. La representación costó unas 80.000 coronas de la época. Gracias a la representación de la batalla de Orleans Gilles rememoró sus días de gloria. Además mandó construir autómatas sobre distintos tipos de pájaros, algo que le hizo menguar su fortuna pero que levantó gran expectación entre las personas que le frecuentaban.

Para procurarse el dinero necesario, tuvo que recurrir a numerosos arbitrios y ruinosos contratos. Logra la colaboración de aposentadores, burgueses y mercaderes, que le adelantan a un interés usurario las sumas que, por una generosidad neurótica, se le funden entre los dedos y se hunden en un abismo sin fondo. En 1437 vendió Ingrandes y Champtocé a Juan V de Bretaña por unos escasos 100.000 escudos. Gilles se aproxima al momento en que se anuncia, amenazadora, la ruina inevitable. Sus cofres están vacíos; su crédito, agotado; los que le habían rodeado en las horas dichosas, presintiendo el desastre, se alejan de él. Ante esta situación se vuelve hacia el esoterismo buscando en la alquimia el modo de fabricar el oro que le falta (se interesó por el secreto de la Piedra filosofal). Se rodeó de una corte grotesca de brujas, nigromantes, alquimistas, entre los que se encontraban Guillaume de Sillé, Roger de Brinqueville, Antonio de Palerno, Heriet, Poitou, Corrillaut... Finalmente, cayó en manos de un embaucador florentino llamado Prelati quien le aseguró que llenaría sus arcas gracias a la magia negra.

El mariscal visitaba con frecuencia a su cómplice y se informaba con ansiedad del resultado de las investigaciones. Prelati aseguró a su señor que, en una de sus invocaciones, había visto cerca de él al demonio, pero que esta aparición fantástica se desvaneció sin que hubiera podido pronunciar palabra alguna. El crédulo mariscal, que tenía un pánico atroz al diablo aunque nunca lo veía, hizo caso de Prelatti, con quien tenía una relación homosexual, y mandó que se redoblasen los ensalmos y los conjuros. En otras ocasiones, Prelatti salía herido después de una de sus invocaciones, que siempre se realizaban en un cuarto escondido, causando en Gilles más pánico. Sillé fue el proveedor de todos los elementos para las invocaciones en Tiffauges y el padre Eustache Blanchet el encargado de contratar a los invocadores, como Prelatti, La Riviére —el cual vio al demonio en una invocación en un bosque en forma de leopardo, ante la credulidad de Gilles— o alquimistas como Jean Petit, el cual realizó varios hornos para trabajar con mercurio. Sin embargo, los hornos creados debieron ser destruidos ya que el futuro Luis XI, el delfín, visitó a Gilles por una orden del rey Carlos V, quien condenaba la alquimia como herejía. «Es imposible que el mariscal salga bien de sus empresas —dijo uno de los familiares de Gilles de Rais— si no ofrece al demonio la sangre y los miembros de niños llevados a la muerte. Porque su lectura habitual la constituyen los más ardientes poemas de Ovidio y el relato que hace Suetonio de los criminales sacrificios que exige el rey de linfierno. ¿Qué le importa el sacrificio de vidas humanas si adquiere a ese precio el poderío que codicia?». A esto se unía, además, su voluntad de matar niños para su disfrute y placer personal.

Llegó a utilizar varias de sus posesiones, no sólo el castillo de Tiffauges, para cometer sus fechorías, como el castillo de Machecoul, el de Champtocé y la casa de la Suze.

En continuas ocasiones, el hermano de Gilles, René, intentó salvar el patrimonio familiar que Gilles estaba vendiendo; incluso, con la ayuda del rey, logró un edicto según el cual no podía vender más posesiones. René logró comprar el castillo de Machecoul, y vio que en este lugar se encontraban los esqueletos de más de 50 niños. Quiso silenciar lo que vio para evitar posibles malentendidos contra él.

No obstante llegó a oídos del Obispo de Nantes el rumor, y en 1440 instruyó un expediente según el cual Gilles habría ofrecido a un demonio llamado Barón, los ojos y la sangre de un chiquillo para conseguir sus favores. El 13 de septiembre de 1440 se encontró en su casa los cuerpos despedazados de cincuenta niños.

A principios de 1440, llegaron los rumores hasta la corte del duque de Bretaña, quién ordenó abrir una investigación sobre los secuestros y la posible implicación del barón de Rais.

Barba Azul fue detenido, juzgado y condenado por la desaparición de 150 niños cuando el Duque de Gran Bretaña escuchó las denuncias del asustado pueblo.

El 13 de septiembre fue detenido en su el pueblo de Machecoul por un grupo de soldados, quienes hallaron en su propiedad los cuerpos despedazados de 50 adolescentes. El duque de Bretaña le hizo compadecer ante la justicia acusado de haber asesinado e inmolado entre 140 y 200 niños en prácticas diabólicas.

Se le infligieron todo tipo de torturas para obligarle a confesar sus crímenes, que se obstinaba a negar pese a las evidencias, pero fue sólo la amenaza de la excomunión lo que le indujo a hacerlo detalladamente.

En octubre, Gilles aceptó voluntariamente todos los cargos que se le imputaban y confesó que había disfrutado mucho con su vicio, a veces cortando él mismo la cabeza de un niño con una daga o un cuchillo, y otras golpeando a los jóvenes hasta la muerte con un palo y besando voluptuosamente los cuerpos muertos, deleitándose sobre aquellos que tenían las cabezas más bellas y los miembros más atractivos. Afirmó ante los magistrados que su mayor placer era sentarse en sus estómagos y ver como agonizaban lentamente, y que en los cargos que se le imputaban no había intervenido nadie más que él, ni había obrado bajo la influencia de otras personas, sino que siguió el dictado de su propia imaginación con el único fin de procurarse placer y deleites carnales.

Se le atribuyeron más de 200 crímenes de niños y adolescentes. Algunos de los niños desaparecían de la ciudad de Nantes y pueblos colindantes, y otros eran pobres mendigos a los que llevaba a su casa mediante secuestro. Una de las historias que se cuentan sobre él es que abrió en canal a una joven para jugar con su feto. 

Cuando el pueblo no pudo más, aun sabiendo que el barón era poderoso a pesar de haber perdido grandes fortunas, se alzó la voz contra éste, pero las amenazas contra los humildes acallaron muchas bocas.

Se le acusó, además de infanticidio e inmolación a una media de entre 140 y 200 niños, de herejía y satanismo, y su confesión no se logró a través de las torturas a las que se le sometió, sino con la simple amenaza de excomulgarle. Barba Azul, o Gilles de Rais, confesó haber disfrutado con sus torturas, no sólo rajando o golpeando niños, si no también sentándose sobre ellos mientras agonizaban, pero dijo haber actuado solo, cosa que no fue creída. 

Fragmentos de su declaración en el juicio

"Yo, Gilles de Rais, confieso que todo de lo que se me acusa es verdad. Es cierto que he cometido las más repugnantes ofensas contra muchos seres inocentes —niños y niñas— y que en el curso de muchos años he raptado o hecho raptar a un gran número de ellos —aún más vergonzosamente he de confesar que no recuerdo el número exacto— y que los he matado con mi propia mano o hecho que otros mataran, y que he cometido con ellos muchos crímenes y pecados".

"Confieso que maté a esos niños y niñas de distintas maneras y haciendo uso de diferentes métodos de tortura: a algunos les separé la cabeza del cuerpo, utilizando dagas y cuchillos; con otros usé palos y otros instrumentos de azote, dándoles en la cabeza golpes violentos; a otros los até con cuerdas y sogas y los colgué de puertas y vigas hasta que se ahogaron. Confieso que experimenté placer en herirlos y matarlos así. Gozaba en destruir la inocencia y en profanar la virginidad. Sentía un gran deleite al estrangular a niños de corta edad incluso cuando esos niños descubrían los primeros placeres y dolores de su carne inocente".

"Contemplaba a aquellos que poseían hermosa cabeza y proporcionados miembros para después abrir sus cuerpos y deleitarme a la vista de sus órganos internos y muy a menudo, cuando los muchachos estaban ya muriendo, me sentaba sobre sus estómagos, y me complacía ver su agonía..."

"Me gustaba ver correr la sangre, me proporcionaba un gran placer. Recuerdo que desde mi infancia los más grandes placeres me parecían terribles. Es decir, el Apocalipsis era lo único que me interesaba. Creí en el infierno antes de poder creer en el Cielo. Uno se cansa y aburre de lo ordinario. Empecé matando porque estaba aburrido y continué haciéndolo porque me gustaba desahogar mis energías. En el campo de batalla el hombre nunca desobedece y la tierra toda empapada de sangre es como un inmenso altar en el cual todo lo que tiene vida se inmola interminablemente, hasta la misma muerte de la muerte en sí. La muerte se convirtió en mi divinidad, mi sagrada y absoluta belleza. He estado viviendo con la muerte desde que me di cuenta de que podía respirar. Mi juego por excelencia es imaginarme muerto y roído por los gusanos".

"Yo soy una de esas personas para quienes todo lo que está relacionado con la muerte y el sufrimiento tiene una atracción dulce y misteriosa, una fuerza terrible que empuja hacia abajo. (...) Si lo pudiera describir o expresar, probablemente no habría pecado nunca. Yo hice lo que otros hombres sueñan. Yo soy vuestra pesadilla".

"Recuerdo que desde mi infancia los más grandes placeres me parecían terribles. Es decir, el Apocalipsis era lo único que me interesaba. Creí en el infierno antes de poder creer en el cielo. Uno se cansa y aburre de lo ordinario. Empecé matando porque estaba aburrido y continué haciéndolo porque me gustaba desahogar mis energías. La muerte se convirtió en mi divinidad, mi sagrada y absoluta belleza. He estado viviendo con la muerte desde que me di cuenta que podía respirar. Mi juego por excelencia es imaginarme muerto y roído por los gusanos". 

Gilles de Rais.



Se supone pues que su primer asesinato surgió a raíz de este pacto con el Diablo. A su víctima le sacó el corazón, los ojos y le cortó las muñecas para sacar su sangre, pero el oro no apareció. 

Fue tanto el horror que provocó su confesión que durante el juicio uno de los presentes cubrió el crucifijo que presidía la sala por la vergüenza que generaban sus palabras. Según crónicas de la época, las paredes emanaron sangre que lentamente se deslizó hacia el piso como buscando redención.

Ante su desmedido arrepentimiento fue incluso objeto de compasión de clérigos y plebeyos y se concedió la petición de que fuera una comitiva detrás de él hacia su lugar de ejecución. Finalmente, el día 26 de octubre de 1440 Gilles de Rais, junto a dos de sus más perversos colaboradores, habiendo rechazado la gracia real.

Se lo llevó al patíbulo el 26 de octubre de 1440 para ser ahorcado y luego quemado en la hoguera, y allí pidió perdón a los padres de las víctimas y suplicó que nadie siguiera su ejemplo. A sus dos cómplices, Henri Griart y Poitou, los llevaron con él con el mismo propósito. Sorprendentemente su arrepentimiento, el canto que hizo de un "De profundis" a los pies del patíbulo y el ruego de que familias de víctimas y ciudadanos rogaran a Dios por él funcionó de tal forma que muchos llegaron a llorarle. 

Gilles de Rais, asesino sádico de criaturas y adolescentes, se arrepintió en el último momento por su fe en Dios, él que había hecho un pacto con el Diablo. 

Accediendo a las súplicas de algunos de sus parientes, el cuerpo, parcialmente quemado, fue retirado de la hoguera y enterrado en una iglesia de las carmelitas en Nantes. Sus bienes fueron confiscados en beneficio del duque de Bretaña y de la Iglesia.



No hay comentarios:

Publicar un comentario