El vampiro de Düsseldorf.
Peter Kürten nació en 1883, en la ciudad de Köln-Mulheim (Alemania). Vivió una infancia sobrecargada de violencia. Él era el tercero de trece hermanos, un padre alcohólico y abusador, y una familia paupérrima que convivía en una sola habitación. Siendo niño Peter vio cómo su padre violaba a algunas de sus hermanas y a su propia esposa (el padre de Kürten terminó en prisión por incesto, su madre volvería a casarse en 1911 en fallecería en 1927). La madre de Peter provenía de una familia respetable, tenía cinco hermanos y su padre era comerciante, pero la vida que le daba su esposo era terrorífica. Esto era sólo la punta del iceberg para los ojos de Peter. Sufrió toda clase de abusos en el cuarto donde vivía hacinado junto con sus padres y doce hermanos. El padre de Kürten era un brutal obrero alcohólico que con frecuencia obligaba a su esposa a desnudarse para tener relaciones sexuales frente a sus hijos; más tarde, iría a prisión por violar a su propia hija, la hermana de Kürten. Al igual que su padre, el niño Peter abusaba sexualmente de sus hermanas menores. Años después, influenciado por un vecino que trabajaba en la perrera, Kürten comenzó a practicar la zoofilia. Además era un fascinado testigo de las torturas que el vecino aplicaba a los perros.
Peter conoció a un joven drogadicto con el que compartiría habitación, y éste sería el tipo que le iniciaría en la crueldad con los animales así como la zoofilia. Con estas premisas y sus años anteriores en su hogar, tampoco era de extrañar que a esa tierna edad ahogara a dos amigos suyos bajo el agua del Rihn cuando simulaba que iba a rescatarles. Lo que hizo, en realidad, fue aguantar su cabeza para que no pudieran salir a respirar.
De su amigo drogadicto aprendió a masturbarse mientras torturaba animales, pero lo que más le gustaba a Peter era apuñalar a los animales cuando estaba teniendo relaciones sexuales con ellos. En una ocasión se le ocurrió succionar la sangre del animal. El placer que obtenía con ese acto no era comparable con nada, así que este hecho se repitió muchas veces y esa succión de sangre acabó dándole el nombre de El vampiro de Düsseldorff con el tiempo.
Kürten comenzó a delinquir y a entrar y salir de la cárcel siendo muy joven, y entre entrada y salida fue contratado en una perrera. Allí demostró que su crueldad no se limitaba sólo a las personas: tenía en los perros las víctimas perfectas para entrenarse.
En 1895, Kürten se mudó junto con su familia a la ciudad de Düsseldorf. No había dejado la zoofilia y constantemente tenía sexo con borregos, cabras y cerdos. También se masturbaba de manera compulsiva. Se transformó en un acosador y molestaba frecuentemente a sus hermanas menores, de quienes seguía abusando, y a sus compañeras de escuela.
Con 9 años cometería su primer delito grave. Kürten empujó desde una balsa a un compañero de juegos mientras estaban a orillas del río Rhin. Otro chico saltó al agua para ayudar al primero pero Kürten los golpeó en la cabeza, provocando que ambos se ahogaran. La policía investigó, pero Kürten dijo que había sido un accidente y le creyeron. Sólo se sabría la verdad muchos años después, cuando Kürten, ya adulto, hiciera una extensa confesión ante las autoridades.
A los catorce años, Peter Kürten se fugó de su casa. Vagó por caminos y pueblos cercanos, asaltando a las jóvenes que encontraba a su paso: las golpeaba, las violaba y les quitaba el poco dinero que llevaran encima. Un año después volvió a su casa y consiguió trabajo como aprendiz de moldeador, el mismo oficio de su padre, a quien odiaba. Cometió un robo en su nuevo trabajo y tuvo que salir huyendo. Dejó Düsseldorf y se estableció en Coblenza, donde conoció a una prostituta que practicaba actos de violencia y perversión; ella le enseñó muchas cosas sobre el sexo sucio. Al poco tiempo fue arrestado por robo. Permaneció en prisión hasta 1899, yéndose a vivir con otra prostituta masoquista que le doblaba la edad.
La familia se trasladó a Düsseldorff y fue allí cuando Peter cambió los habituales pequeños hurtos por delitos más graves conforme fue creciendo: piromanía, violaciones, malversación de fondos y deserción del servicio militar fueron motivos suficientes para que pasara algún tiempo en la cárcel. Encarcelado tenía tiempo para pensar y "soñar" a su manera: imaginaba en su mente perturbada y fantástica atrocidades cometidas por él mismo, actos sexuales brutales durante los cuales se excitaba y eyaculaba. Así empezó a ver que una vez fuera podía conseguir lo mismo pero con mayor intensidad, llevando a cabo sus fantasías.
Düsseldorf a finales del siglo XIX. |
En noviembre de 1899, Kürten llevó con engaños a una campesina hasta el bosque Grafenberger. Le había ofrecido dinero a cambio de sexo y la chica accedió. La penetró sin mayores preámbulos y, mientras eyaculaba, comenzó a estrangularla. Los espasmos aumentaron su placer y Kürten ya no se detuvo hasta dejarla inconsciente.
A partir de 1900, Kürten fue arrestado en diversas ocasiones acusado de fraude, robo e intento de homicidio. Era un preso que se aislaba de los demás. Para 1904 fue liberado, se enroló en el ejército pero desertó casi enseguida. Había pasado meses fantaseando con un nuevo interés. Durante semanas, Kürten recorrió las granjas cercanas a Düsseldorf y se dedicó a incendiar graneros. Era un pirómano, le obsesionaba la idea de que en el interior de los sitios que encendía hubiese animales o personas que murieran abrasadas por las llamas. Kürten se quedaba horas contemplando los fuegos a una distancia prudente. Oía a los cerdos y a los caballos morir presas de la desesperación y sonreía. En ocasiones, algunos vagabundos quedaron atrapados en los graneros y Kürten vio a varios de ellos correr envueltos en llamas, u oía sus alaridos de dolor y desesperación. Mientras miraba o escuchaba la agonía de sus víctimas, se masturbaba.
Al principio los delitos por los que se condenaba a Kürten solían ser por robo de alimentos y ropa, con estancias cortas en las prisiones de Düsseldorf. Tras su detención en 1899, convivió con una prostituta masoquista mucho mayor que él, y pasó de la práctica zoofílica y tortura de animales a la práctica de estas mismas perversiones en personas.
Esta fiebre incendiaria duró un año. En 1905 fue sentenciado por robo a otros siete años de cárcel, lapso en que Kürten se dedicó a envenenar a otros reclusos en el hospital de la prisión. Al ser liberado en 1912, violó a una sirvienta y poco después se le vio acosando a mujeres en un restaurante local. Un mesero quiso intervenir y Kürten lo ahuyentó disparándole con una pistola. Lo arrestaron y estuvo otro año en la cárcel.
Comenzó su bestialidad con niñas en la ciudad de Köln. El 25 de mayo 1913, Kürten, que había estado robando en casas multifamiliares, observaba un apartamento perteneciente a una taberna propiedad de Peter Klein, Kürten se introdujo a un bar en su ciudad natal. Los dueños del local no estaban, pero habían dejado dormida a su hija Christine KIeinde, de trece años de edad. Kürten la contempló unos minutos mientras dormía. "Entré en una casa en el Wolfstrasse, cuyo inquilino era de apellido Klein, fui hasta la primera planta, abrí varias puertas y no encontré nada digno de robar; pero en la cama vi a una muchacha durmiendo". Kürten agarró a la niña por el cuello y la dejó inconsciente ahorcándola con las manos, terminó de asfixiarla y la degolló. Además la violó con los dedos. "Tenía un pequeño cuchillo de bolsillo con el cual corte su garganta. Oí los chorros y el goteo de la sangre en la alfombra al lado de la cama. Salió a borbotones en un arco. Aquello duró cerca de tres minutos. Entonces salí, cerré la puerta otra vez y regrese a mi casa en Düsseldorf". Del cadáver de la niña podía apreciarse que había mordido salvajemente su lengua. Se llamaba Christine Klein, tenía sólo 10 años y estudiaba en la escuela de Köln. Por suerte para Kürten, el día anterior el hermano de Klein, Otto, le había pedido un préstamo y al serle negado le amenazó con hacer algo que su hermano recordaría toda su vida. Lo acusaron del asesinato de la niña pero el jurado lo absolvió por falta de evidencias suficientes. Al día siguiente Kürten entró en el café Mullheim, frente al bar de la taberna de Klein. Allí hablaban del terrible asesinato, algo que, seguramente él, ya preveía.
Kürten enloquecía cada vez más. Consiguió un hacha y se dedicó a atacar a transeúntes por las calles de Düsseldorf. Sus víctimas en esa racha sumaron veintidós personas. Experimentaba orgasmos al contemplar la sangre manando del cuerpo de sus víctimas. Luego trató de estrangular a dos mujeres. Lo capturaron y estuvo otros ocho años en prisión. Mientras se hallaba en la cárcel, estalló la Primera Guerra Mundial.
Cinco días después del asesinato de la niña Rosa Ohliger, fue encontrado apuñalado un mecánico de 45 años de edad llamado Rudolf Scheer en una carretera en Flingern con veinte heridas de cuchillo. Al día siguiente Kürten volvió a la escena del crimen y esta vez incluso se acercaba a hablar con los detectives y los policías que se encargaban del caso.
En las pesquisas policiales hubo un fallo debido a que un hombre llamado Stausberg se confiesa el asesino buscado. El hombre había asaltado a dos mujeres, la policía le detuvo y antes de que se dieran cuenta ya se estaba poniendo más protagonismo del que tenía. Por suerte se dieron cuenta y el tipo acabó metido en un psiquiátrico, sin embargo esto retrasó la captura del verdadero asesino que, durante ese tiempo, estuvo estrangulando y apuñalando a otras víctimas, una pista más que evidente de que Stausberg no era el hombre que buscaban.
Comenzó el terror en Düsseldorff: asesinatos crueles y muestras de vampirismo eran las pistas para cazar a este asesino. Kürten degollaba -preferente a niñas o mujeres jóvenes- a sus víctimas, las violaba aunque normalmente con los dedos porque el placer sexual lo obtenía de la sangre y luego las mutilaba. Además, solía usar tijeras para degollarlas, aunque también utilizaba cuchillos o lo que tenía a mano en ese momento. Lo que le excitaba sexualmente no era la violación, sino la sangre a borbotones o visitar el lugar donde había cometido los asesinatos. Y ya no tenía medida. Estaba descontrolado.
Fue liberado en 1921 y se mudó a Altenburg. A sus nuevos vecinos les contaba unas supuestas aventuras como prisionero de guerra en Rusia, cosa que era falsa por completo. En Altenburg conoció a su futura esposa, una ex prostituta recién liberada de la cárcel, donde había ingresado por dispararle a su novio. La joven rechazó su propuesta de matrimonio, pero accedió a la boda cuando Kürten la amenazó con matarla. La mujer hizo la vista gorda ante las infidelidades de Kürten y su afición por el delito. Kürten no la maltrataba; se limitaba a ignorarla y utilizarla como sirvienta. Ni siquiera sostenía relaciones sexuales con ella.
En 1925, Kürten regresó a Düsseldorf; años después contaría que la tarde de su llegada, se había deleitado con una puesta de sol rojiza como la sangre. En palabras del escritor Rafael Aviña: “Ha llegado el momento acariciado largo tiempo: la hora del vampiro. Un verdadero vampiro humano que asolará las calles de Düsseldorf”. Se instaló y de inmediato recomenzó su frenesí asesino. Asaltaba mujeres en la calle, las golpeaba y las violaba en callejones oscuros; incendió más granjas y graneros e incluso dos casas de la ciudad; e intentó estrangular a cinco jovencitas, a quienes dejó inconscientes y heridas.
Seis días antes apuñaló repetidas veces a una mujer llamada señora Kühn. Veinticuatro heridas. Más tarde confesaría que empezó a cogerle el gusto a visitar el lugar donde había matado a sus víctimas, sin ir más lejos, Kürten volvió un par de veces al lugar donde asesinó a la señora Kühn la misma tarde, y siguió haciéndolo más adelante con un descubrimiento nuevo: se estimulaba sexualmente y eyaculaba.
Vivían la Primera Guerra Mundial y hasta 1921 Kürten estuvo en prisión en Altenburg. Al salir de la cárcel se casó con una buena mujer. Allí consiguió un trabajo en una fábrica. En esta ocasión trató de pasar desapercibido, formó un hogar en un apartamento con su esposa y se volcó en parecer en un buen trabajador. Además empezó a moverse en círculos de política de forma activista.
El 3 de febrero atacó con unas tijeras a una obesa mujer apellidada Kuhn; le causó veinticuatro heridas, muchas de ellas en la cabeza, y la dejó moribunda en la calle, no sin antes beber su sangre. La víctima sobrevivió de milagro a ese ataque brutal y describió a su atacante como “un vampiro”. La gente bautizó entonces a Kürten con el apelativo que pasaría a la historia: “El Vampiro de Düsseldorf”.
Rudolf Scheer
El 13 de febrero, Kürten acuchilló a Rudolf Scheer, un mecánico ebrio: veinte puñaladas en la cabeza y el cuello le ocasionaron la muerte y Kürten también bebió la sangre de su víctima.
En abril la policía detuvo a un hombre, trastornado de sus facultades mentales, que estaba de paso por la ciudad. Había agredido a mujeres del lugar, pero las autoridades no encontraron evidencia que lo relacionara con los homicidios y fue enviado a un asilo. Entonces Kürten cambió de táctica e intentó estrangular y violar a cuatro mujeres.
La gente lee un anuncio sobre los últimos ataques de Kürten. |
El 29 de agosto, Kürten enloqueció por completo. Por la mañana estranguló y arrojó al río a una adolescente llamada Anni. Casi enseguida hizo lo mismo con Christine Heerstrase. Excitado y sediento de sangre, más tarde estranguló y apuñaló a María Hahn, a quien enterró a las orillas del Rhin. Después asesinó a dos niños de cinco y catorce años, cortándoles la garganta, y finalizó apuñalando a otras tres víctimas, que milagrosamente quedaron vivas.
Rase Ohliger
El 9 de marzo, Rase Ohliger fue encontrada en una construcción en Düsseldorf: había sido violada, acuchillada en trece ocasiones, habían bebido su sangre y el cadáver presentaba rastros de quemaduras con parafina. Su cabeza presentaba profundos cortes. Comparando los pocos indicios, los detectives asignados al caso encontraron que estas tres últimas víctimas habían sido marcadas por heridas cortopunzantes en las sienes.
Maria Hahn
Al otro día, el 30 de agosto, Kürten regresó al sitio donde
enterró a Maria Hahn. Escarbó la tierra hasta sacar el cadáver, ya con los
primeros signos de putrefacción. Kürten violó el cadáver putrefacto, cubierto
de lodo y sangre seca, mientras besaba y mordisqueaba los labios de la muerta.
En un acto extraño, intentó crucificarla contra el tronco de un árbol para que
la hallaran pronto, pero no lo consiguió, así que la enterró en otro sitio
cercano.
Frau Meurer, sobreviviente
Ese mismo día atacó a otra chica, Gertrude Schulte, quien se dirigía a la feria de Neuss. Kürten la abordó diciéndole obscenidades; le espetó que quería tener sexo con ella y Schulte respondió con una frase fatal: “¡Prefiero morirme!” "Bien. Entonces, muere", contestó Kürten, y la acuchilló repetidament antes de escapar. Pero Gertrude sobrevivió al ataque y dio a la policía una completa descripción de su agresor.
Sin embargo, la policía de Düsseldorf no creía que un solo individuo fuera el autor de aquella carnicería. En septiembre, Kürten trató de estrangular a tres mujeres más. A una la arrojó al río, pero todas sobrevivieron. Otras no tuvieron tanta suerte: Ida Reutler murió cuando Kürten le destrozó el cráneo a martillazos antes de beber su sangre.
Ida Reutler
Los meses siguientes quedó patente que el asesino había perdido el control de sus actos. En septiembre violó y asesinó a una adolescente llamada Ida Reuter, el 12 de octubre asesinó a la joven llamada Elizabeth Dorrier, el 25 de octubrela señora Meurer y la señora Wanders fueron atacadas con un martillo, el 7 de noviembre desaparece Gertrude Albermann de 5 años, y dos días después el periódico Freedom recibe una carta indicando el lugar exacto donde se encontraría el cuerpo. La pequeña Albermann recibió treinta y cinco puñaladas, había sido estrangulada y su cuerpo reposaba entre ladrillos y escombros. Desde febrero de 1930 hasta mayo del mismo año siguió atacando pero sin consecuencias fatales.
Elizabeth Dorrier
Lo mismo hizo con Elizabeth Dorrier, asesinada en Grafenbery el 12 de octubre. El 25 de octubre, golpeó a martillazos a dos mujeres más en ataques separados; las dos sobrevivieron.
Gertrude Alberman
El 7 de noviembre, Gertrude Alberman, de cinco años de edad, fue reportada como desaparecida en Düsseldorf. Dos días después hallaron su cadáver, luego de que Peter Kürten enviara a un periódico local la ubicación del sitio exacto donde lo había dejado; fue estrangulada y acuchillada treinta y seis veces. Kürten bebió su sangre y la violó post mortem. Cuando la policía rodeó la zona, entre los curiosos que acudieron a presenciar el hecho estuvo el mismo Kürten, quien declaró sentirse excitado al estar allí. Siguiendo los datos proporcionados por la carta de Kürten al periódico, la policía también desenterró los restos de María Hahn, igualmente violada después de muerta.
El 23 de agosto de 1929 las hermanas Gertrude Hamacher (5 años) y Louise Lenzen (14 años) desparecen de la feria (estaban de fiestas en Flehe) cuando van camino a su casa. Según confesaría más tarde Kürten, las siguió y en un momento dado le pidió a Louise que le comprara cigarrillos en la feria mientras él cuidaba de la hermana pequeña. Le entregó el dinero y la mayor se marchó. Esta vez, con una cuchilla de afeitar, degüella a la pequeña Gertrude, y cuando Louise vuelve con el tabaco, es asesinada y decapitada.
Tres personas, prácticamente elegidas al azar, fueron apuñaladas mientras veían una casa en venta.
En los cinco meses siguientes, el frenesí de Kürten disminuyó. Aunque intentó estrangular, violar y acuchillar a diez chicas, falló en todos los intentos. Enloquecido, le contó todos sus crímenes a su mujer, quien lo denunció a la policía ese mismo día. Kürten fue arrestado otra vez a finales de mayo de 1930. Antes de su detención, la policía había interrogado a nueve mil personas, seguido tres mil pistas, e incluso había consultado a médiums.
Ya con Kürten detenido y confeso, seguían negándose a creer que los crímenes eran sólo obra suya. El juicio de Kürten dio inicio el 13 de abril de 1931 y finalizó ocho días después. Al jurado le llevó tan sólo noventa minutos condenarlo por nueve cargos de asesinato, aunque según Kürten fue responsable de 79 asaltos y por lo menos trece asesinatos.
El 17 de mayo Maria escribió una carta a la señora Bruckner donde le contaba su encuentro con el buscado Vampiro de Düsseldorff, pero la carta nunca llegó a su destino por tener mal la dirección. En la oficina de correos, la señora Brugmann abrió la carta y al mirar su contenido inmediatamente llamó a la policía que localizó a Maria Budlick, quien condujo al inspector Gennat al apartamento número 71 de Mettmanner Strasse. El apartamento estaba vacío pero la administradora dijo que allí vivía un hombre llamado Peter Kürten. Estando aún Maria en el apartamento, Peter Kürten llegó a su casa, y la verla le miró sorprendido. "No pensé que Budlick podría encontrar la manera de regresar a mi apartamento en el Mettmanner Strasse. Me sorprendió mucho cuando el miércoles, 21 de mayo, la vi de nuevo en mi casa". Comenzó a subir las escaleras hacia ella pero Maria cerró la puerta. Kürten decidió salir y la policía le siguió pero le perdió la pista.
Curiosamente, debido al estado en el que se encontraba su esposa cuando él le confesó lo que había ocurrido con Maria, histérica ésta al darse cuenta de que se iba a quedar sola, sin dinero y sin posibilidad de encontrar trabajo mientras él estaba en la cárcel, el propio Peter le sugirió que le delatara para que cobrara la recompensa que había sobre él, y en ese momento le confesó que estaba casada con el Vampiro de Düsseldorff. No se trataba sólo de Maria... El 24 de mayo de 1930, la señora Kürten cuenta la historia a la policía, aduciendo que había convencido a su marido para que fuera a la iglesia del St. Rochus a las 3 p.m., hora en la que el área entera había sido rodeada y cuatro oficiales esperaban con revólveres cargados. Llegó Peter Kürten, sonrió y no ofreció resistencia.
El juicio
Peter Kürten durante el juicio. |
En las declaraciones Kürten llegó a nombrar todos sus asesinatos, desde el primero hasta el último, y tales eran las caras de estupefacción de los presentes que llegaron incluso a no creerle, así que decidió contar con pelos y señales al profesor Berg todos sus crímenes. No había lugar a dudas, sin embargo, lo que siempre dejó perpleja a la sociedad así como a los presentes en su juicio, es que Kürten asegurara que había sólo un motivo para cometer aquellos actos, actos que no consideraba "malos", si no en parte justicia: vengarse del sistema penal alemán por el que había sufrido y que le había reforzado su carácter sádico, asesinando a las gentes de la ciudad. Después estaba el motivo por el que se entregaba, procurarle a su mujer una vejez segura cobrando ésta el dinero de la recompensa. Según decía la admiraba por su carácter fino más que amarla y no quería dejarla en la miseria. Reconocía que iba a sufrir mucho y era lo mínimo que merecía.
Entre los que asistieron al juicio se encontraba un artista: el cineasta Fritz Lang, quien había escrito el guión de lo que sería su película M, el vampiro de Düsseldorf. Kürten reveló que bebía la sangre de sus víctimas porque padecía hematodipsia, una extraña enfermedad mental. El jurado rechazó el alegato. El psiquiatra Karl Berg lo describió como "El rey de los pervertidos sexuales" y publicó un libro basado en el caso, titulado Der Sadist.
Kürten recibió miles de cartas, la mayoría llenas de insultos, pero otras eran de fervientes admiradores; incluso hubo mujeres que deseaban estar con él. Otros le enviaban ejemplares del libro sobre su caso para que los firmara.
Entre otros profesionales, el dr. Wehner tenía la tarea desesperada de intentar probar locura de Kürten, pero no existía una conducta típica de los asesinos en serie para declararle loco, así que el veredicto del jurado fue unánime: culpable de todos los cargos.
El 2 de julio de 1932 Peter Kürten, el Vampiro de Düsseldorff fue guillotinado en la prisión de Klingelputz (Colonia). Sus últimas palabras al psiquiatra de la prisión fueron las siguientes:
"Dígame, después de que mi cabeza se haya desprendido del cuerpo ¿podré oír, por lo menos por un momento, el sonido de mi propia sangre cuando brote de mi cuello?. Sería el mayor placer para terminar todos mis placeres."
Kürten fue sentenciado a muerte por decapitación. Tras enterarse, le confió al psiquiatra Karl Berg que su más grande ilusión sería:
“escuchar el torrente de mi propia sangre correr por mi cuello, partido en dos”.
En su libro Asesinos seriales. Grandes crímenes de la nota roja a la pantalla grande, Rafael Aviña narra las últimas horas de Peter Kürten:
“Kürten fija su vista en las rejas de su celda. Las sabe fuertes al igual que su obsesión por la sangre, y en ese instante extraña los gritos de sus víctimas, sus cuellos tasajeados por tijeras, o sus cráneos despedazados a golpes de martillo; sin embargo, a mitad de esa, su última cena, lo que más parece añorar es el espectáculo del fuego. Llamas imponentes, cálidas y amarillas que arrasaban con graneros, pajas de heno y sobre todo, con algunos vagabundos que creían encontrar ahí un refugio seguro. Cómo olvidarlo.
“Una emoción distante y entrañable recorre su cuerpo y Kürten piensa en los alaridos de aquel hombre envuelto en llamas, que años atrás le había causado una extraña sensación de placer. La visión de esa carne encendida y brillante consiguió que su corazón latiera más rápido, e incluso esa imagen aterradora le había provocado un potente orgasmo, ahí, de pie, frente a esas cálidas llamaradas que en unos cuantos minutos acabaron con habitaciones, hectáreas de terrenos, piel y órganos humanos".
Las víctimas de Peter Klein, Kürten. |
“Kürten evoca esos momentos mientras se lleva a la boca una servilleta impecablemente blanca y bebe un sorbo del vino blanco que ha pedido para acompañar su salchichón con papas fritas. Es su último deseo, concedido a unas cuantas horas de probar el filo de la guillotina sobre su cuello. Piensa en la última cena de Cristo, la compara con la suya y sonríe con malicia, con esa misma sonrisa cínica y siniestra que mostró a niños y jovencitas minutos antes de mordisquear sus cuellos o sus genitales…”
Rafael Aviña cuenta sobre la cinta de Fritz Lang: “M inaugura el tema del asesino serial en el cine tomado de hechos verídicos, a pesar de la insistencia del propio Lang acerca de que Kürten no fue su modelo y de que el guión estaba preparado antes de su detención. Varios allegados al régimen nacionalsocialista vieron en el título de esa historia (bautizada originalmente como El asesino está entre nosotros), una especie de mala propaganda, y más concretamente una traición y una injuria. Cuenta George Sadoul en su Historia del cine mundial que el productor del filme recibió a un emisario del partido nazi, quien tenía asegurados once millones de votantes para el Führer. Le hizo saber que la película sería boicoteada si se presentaba con ese título injurioso para los alemanes, quienes desconocían por supuesto el tema de la historia. Lang y su productor acceden y el filme se convierte en un éxito taquillero, tanto que el propio Josef Goebbels, director de propaganda de Hitler, le propone a Lang que se haga cargo de la Dirección de la Industria Fílmica nazi. El cineasta se rehúsa y decide emprender el camino del exilio en 1933, primero en Francia y más tarde en Estados Unidos, hasta su tardío regreso a Alemania en 1958. El propio Lang relata que, al ser citado por Goebbels, éste le dijo respecto a M, el Vampiro de Düsseldorf: ‘Hemos confiscado su película. No nos gustaba el final. Que el criminal se vuelva loco no es suficiente castigo, debe ser destruido por el pueblo’. Y también le comentó: ‘El Führer ha visto Metrópolis y ha decidido: éste es el hombre que nos dará la película nazi’”.
Una canción infantil es el inicio de la película rodada por Fritz Lang para inmortalizar dentro del expresionismo alemán los crímenes de Kürten. Es la historia de un maniático, un hombre enfermo que asesina niños, incapaz de detener sus deseos sangrientos. Dos directores, Joseph Losey en 1951 y Robert Hossein en 1964, harían remakes de la película de Lang, con resultados mediocres.
Peter Lorre en M, el Vampiro de Düsseldorf. |
En la madrugada del 2 de julio de 1931, la cabeza de Kürten rodó por las baldosas de la prisión de Klingelputz. Con ello iniciaba una leyenda terrible que perduraría por décadas. La historia de Peter Kürten, como la entendió el propio Fritz Lang, se convirtió en una oscura alegoría del ascenso de Hitler y el nazismo. Serían hombres como Kürten, curtidos en la violencia familiar y atormentados por los traumas infantiles, los encargados de administrar, en los años venideros, los campos de concentración nazis, esas inmensas fábricas de cadáveres.
La tumba de Peter Kürten. |
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